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La sequoya

La sequoya del parque, con su majestuoso porte albergó al mendigo el año de la gran nevada, el de la catarsis, el del pandemonium, el que renuncié al mundo, me oculté entre libros de todas las miradas y tuve que reinventarme para navegar en extraños universos ajenos que como casi siempre defraudan esperanzas, ingenuamente depositamos más esperanza en el mundo y las personas de la que se debiera, no sabemos medir, reaccionando tarde y mal y el resultado es una imagen distorsionada.. Sus entonces frondosas ramas dieron cobijo al anónimo sintecho, a todos apenaba, pero nadie, paró a preguntar si tenía frío, hambre u otras carencias, nadie compartió un minuto de su tiempo con él, tiempo que a todos sobraba, pero que nadie regaló aunque no supiera que hacer con él, parece que el egoísmo y la estupidez humana crecen infinitamente cuando la mirada que juzga esta ligada a prejuicios de los que ni puede, ni quiere desprenderse. Dijeron que no era pobre, que no necesitaba estar bajo del árbol, que venía de un pueblo y familia acomodada, pero quizás construyendo su casa bajo el árbol solo quiso volver a rememorar afortunados momentos de su niñez, sus densas y exuberantes ramas puede que dieran más calor que las personas que cruzábamos ante los cuatro cartones que fueron su hogar desde el otoño, quizás nunca quiso dejar de ser aquel niño al que la vida zarandeó forzándole a ser adulto a fuerza de trompicones, quizá nadie debiera dejar de ser niño, ni negarnos el olor del pan y el sabor de la sal, porque en el fondo siempre tenemos la misma edad, aquella en la que fuimos felices (G. Greene).

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